Uno de los males que corroe y echa a perder la vida
de la vida de los seres humanos es el hambre de poder.
El poder tiene que ver con el anhelo de
controlar y asegurar la propia vida por una posición
económica o social, obtener el reconocimiento
de los demás, afirmar el valor de sí mismo
antes las propias inseguridades, o manejar el curso
de los acontecimientos.
Esta lógica insaciable del poder lo justifica todo:
la mentira, el chantaje moral o afectivo, el engaño,
la manipulación descara o encubierta, etc...
Así, el poder no es algo que sólo tenga que ver con la política,
sino con todas las formas de la vida; la familia,
las relaciones afectivas y sociales,
el mundo laboral y, tabién, la Iglesia.
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